miércoles, 7 de mayo de 2014

Amor cortés


Se sabía de memoria el camino que hacía el carruaje desde el castillo hasta la iglesia. Cada tarde, él aguardaba oculto entre la maleza que circundaba el camino, escudriñando el horizonte con ansiedad. Sobre todo, procuraba aguzar los oídos con la esperanza de escuchar, más pronto que tarde, el traqueteo de las ruedas y la sinfonía de los cascos. Aquel día tardó. ¿Habría llegado tarde? Las campanas empezaron a tocar en ese preciso instante, como si se compadecieran de él, aunque el motivo era que pronto empezaría la misa vespertina.

Y entonces lo oyó. Su corazón dio un vuelco violento. Una nube de polvo vaticinó la llegada inminente del carro y, cinco segundos más tarde, la predicción se cumplió. Intentó que su presencia no pasase inadvertida para misterioso pasajero de la diligencia.

Una mano femenina, esbelta, suave, o al menos él se había imaginado muchas veces que era suave, descorrió las cortinas. La cara de una mujer, pálida y de gruesos labios rojos, se asomó por fin, y sus ojos lo encontraron. La sonrisa que esbozó parecía tan emocionada como la suya propia.

Allí estaba la esposa de su anciano señor, joven y lozana y, desde luego, intocable. No le importaba: la llama de su interior se mantenía viva gracias a la distancia social y física que los separaba, y el sufrimiento imperante de su alma lo hacía sentir vivo. La intensidad del vínculo secreto que los unía era tal que le extrañaba que nadie se hubiera dado cuenta, aunque supuso que la dama de compañía que iba con ella sabría muchas cosas a estas alturas. Su matrimonio con el señor había sido concertado, naturalmente, y él la veía como un mero objeto de exhibición que simbolizaba la alianza con el señor del feudo vecino.

Habían acordado verse en uno de los torreones de la iglesia, después de la misa; ella conseguiría escabullirse hasta la ventana y él la esperaría allí abajo el tiempo que hiciera falta. Acudió raudo al lugar de la cita y se sentó en el suelo, frotándose nervioso las manos. Había preparado otro poema, pero nunca había sido buen escritor. Es más, tuvo que pedirle ayuda a un amigo suyo, que era trovador, tanto para redactarlo como para aprender a recitarlo.

Casi muere de placer cuando, diez minutos después de la hora señalada, la ventana se abrió de par en par con un chirrido. La dama se asomó; su agitada respiración acentuaba sus atributos femeninos y el rubor de excitación contenida le confería un aire, si cabe, más hermoso. Él se quedó sin habla unos instantes, mirando a la mujer que nunca sería suya pero que siempre lo sería. Entonces carraspeó y elevó los brazos hacia la ventana, con reverencia.

- Mi señora, luz de mi vida, amada mía... - Comenzó, trémulo. Ella se llevó las manos al pecho y suspiró, preparándose para escuchar las bellas palabras de aquel día – Yo...

El pregonero pasó justo en ese instante, anunciándose con su campana. Era un chaval de unos diez años.

- ¡EXTRA, EXTRA! ¡NOTICIAS FRESCAS! - Bramó, y mozo y dama lo miraron con sorpresa - ¡EXTRA, EXTRA! ¡SE ACABA LA EDAD MEDIA! ¡EXTRA, EXTRA! ¡SE ACABA EL AMOR CORTÉS! ¡EXTRA, EXTRA! ¡HOY EMPIEZA EL AMOR MODERNO!

Se internó en una calle y el sonido de su voz menguó hasta desaparecer. Luego, los enamorados se miraron a los ojos, desconcertados.

- Pues... Entonces ya está, ¿no? - Fue la dama la primera que se atrevió a romper el silencio ̶ Podemos dejarnos de tonterías.

- Sí, eso creo - asintió el mozo, y carraspeó nervioso -. Eh... Ha sido un placer.

- Lo mismo digo - respondió ella, desviando incómoda la vista -, me lo he pasado bien.

- Ya, y yo - coincidió él -. Bueno, adiós.

- Eso, adiós.

El mozo se fue, rumbo a la taberna; la dama supuso que para ligar con alguna hermosa mujer soltera y poner fin a la castidad autoimpuesta. ¿No eran esas las cosas que se hacían en el amor moderno?

Ella no podía hacer lo mismo, aún no, lo sabía muy bien. Pensativa, bajó las escaleras del torreón y se acercó a un almanaque que reposaba en la pared de una de las estancias. Pasó las páginas durante casi diez minutos y, cuando llegó adonde quería, suspiró con pesar.

El pregonero aún tardaría unos cuantos siglos en anunciar la llegada del Feminismo.
 
Cuento creado para el evento "Viaje, amor y muerte" (Paseo de los flamboyanes)

"For sale"



¿Quién dijo que saltar de nube en nube era una cosa sencilla? A lo mejor para un pájaro, seguramente para un avión e incluso se atrevería a decir que para Supermán. Los humanos eran siempre los pringaos, los que tenían que romperse los cuernos ideando soluciones ingeniosas para conseguir hacer algo decente. Se decía que era la raza hegemónica, pero una raza hegemónica no debería jadear exhausta, como nuestro protagonista, ni nadar en un mar de sudor, también como nuestro protagonista. Ah, ni apoyarse en un palo. Lo del palo era especialmente humillante.

Pero bueno, él era un aventurero. ¡Y los aventureros nunca se rendían! A saber cuántas veces se había dicho eso ya. Ahora mismo escalaba, según sus cuentas, la nube número setenta y cinco. Había iniciado el ascenso siendo un hombre en su estado evolutivo máximo, un hombre erguido, un Homo Sapiens de los de verdad. Sin embargo, poco a poco había ido involucionando hacia lo que él prefería denominar “Homo Ele”, porque más inclinado en forma de L por el agotamiento y la enorme mochila de acampada no se podía estar.

- Una pierna... - decía, adelantando la susodicha - Otra pierna... ¡Vamos, Andrés, tú puedes!

Bueno, al menos era optimista. Y español. Eso último no era habitual en empresas de este tipo, sin contar al señor de los molinos de viento.

Se estaba preguntando si estaría condenado a ver sus pies hundiéndose en la superficie vaporosa para siempre cuando, quién lo iba a decir, alcanzó su destino. Al principio pensó que eran alucinaciones suyas, que aquel maldito rayo de sol que lo cegaba no procedía de ninguna otra superficie reflectante. Sin embargo, la luz se intensificó, y empezó a pensar en la posibilidad de que no fuese una ilusión.

Alzó los ojos sin demasiadas esperanzas y la vio: una enorme verja doble de oro que se extendía hacia el infinito en todas direcciones. Desencajó el rostro y empezó a reírse como un loco. ¿Sería verdad? ¿Se convertiría en el primer ser humano vivo que atravesaba las Puertas de San Pedro? Empezó a correr con la energía renovada por el entusiasmo. Le sorprendió no encontrar resistencia mientras, irreflexivo e incauto, traspasaba la verja. Recorrió un pasillo largo y no tardó en divisar las escaleras. Aceleró la marcha con una enorme sonrisa infantil...

...Y se detuvo, borrándola de golpe.

Las escaleras estaban cubiertas de polvo, como si llevasen mucho tiempo sin usarse. Una enorme cadena de metal oxidada cerraba el acceso de lado a lado y un cartel rectangular muy grande se balanceaba en medio. Andrés caminó hacia el cartel y entornó los ojos, haciendo denodados esfuerzos por leer lo que ponía. Después, quiso no haberlo hecho.

“FOR SALE”

Iba seguido de un breve mensaje traducido, en letra diminuta, a todos los idiomas de la Tierra; y con todos nos estamos refiriendo a todos. Tardó un rato largo en encontrar el suyo:

“¡Nos hemos mudado a otro universo! Lamentamos las molestias que hayamos podido causar. Si estás muerto, no temas, nos encontrarás allí, ya sabes dónde. Si no estás muerto, vete con viento fresco, que no eres el primero que lo intenta. ¡Un saludo y gracias por tu tiempo!
~ P.
PD: Todavía puedes seguirnos en Facebook, Twitter y Google+”.

Se cuenta que el palo fue la primera víctima de la ira de Andrés.

Cuento creado para el evento "Viaje, amor y muerte" (Paseo de los flamboyanes)

La muerte al revés


 Sentirse pletórico de felicidad no era precisamente el pan de cada día entre las personas de su entorno, de modo que no podía evitar tener la agradable impresión de que era la persona más afortunada del planeta. Lo pensaba siempre, cada día, a todas horas; y aunque estuviera distraída, quizá tomando una copa con sus amigos o contando con entusiasmo una anécdota absurda, un zumbido intenso le recordaba, desde un discreto segundo plano, la emocionante realidad: todo iba bien.

Ese zumbido no hacía uso de palabras para comunicarse, sino de oleadas constantes de emoción que la desbordaban. Traducidas a cualquier idioma humano, el mensaje sería algo así como: “Oye, piénsalo un segundo: las cosas te van bien, la música te emociona más que nunca, la comida te sabe a gloria, el calor recorre tus venas, una corriente eléctrica constante te hace temblar. No está mal, ¿eh?”.

Y era cierto: no estaba nada mal.

Sería un día como otro cualquiera si no fuera por el sol, que brillaba más que nunca. No podía ser que incluso el buen tiempo la acompañase. Nadie podía tener una suerte semejante. Mientras los niños jugaban a perseguirse y a tirarse sobre la hierba tibia y brillante, ella se recostaba sobre un árbol y se acariciaba el vientre, que latía con la promesa de una nueva vida. El tronco era duro y joven, nada lo derribaría fácilmente. Se le ocurrió pensar que, si ella fuese un árbol, sería ese.

A su izquierda, un ronquido digno de ser tenido en cuenta sacudió a su marido, que se relamió los labios y se acomodó para seguir durmiendo. Ella lo miró y sonrió dulcemente, apretando su mano, cálida, tan cálida como la suya propia. Sabía que él también sentía ese frenesí, podía notarlo, pero tenían que turnarse: no era conveniente que los dos a la vez custodiasen los sueños mientras el mundo de la vigilia se quedaba sin protección; no mientras los niños estuviesen ahí. Ellos eran su futuro.

Y hablando de sueños...

La sonrisa serena que no había abandonado sus labios hasta entonces se tornó vacilante. De improviso, tuvo la sensación de que algo iba mal. Era la misma sensación de inquietud que tenía cuando, de niña, se topaba con algún payaso y pensaba que toda esa fachada de colores no era más que una mentira, y una que no le gustaba.

¿Qué diablos estaba haciendo allí? Cerró los ojos con fuerza, angustiada de repente, deseando que todo aquel descampado bañado por el calor desapareciera, que las risas de esos niños se esfumaran para siempre. Solo cuando su deseo se cumplió, se atrevió a volver a abrirlos.

Sus cuencas vacías recibieron la oscuridad del ataúd y sus manos putrefactas dejaron de crisparse sobre el pecho. Al mover el cuello a izquierda y derecha, un desagradable crujido llenó el espacio ausente de sonido. Luego, suspiró aliviada, aunque todo lo que salió de sus cuerdas vocales muertas fue una especie de estertor entrecortado.

̶ Eh ̶ alguien golpeó tres veces con el nudillo la pared de otro ataúd, a su derecha, aunque el ruido le llegó amortiguado por la tierra que había en medio. Era Tomás, el de la tumba de al lado ̶ ¡Eh, oye! Me ha parecido oír algo... ¿Estás bien? ¿Ocurre algo?

̶ Sí, Tom, tranquilo ̶ respondió ella, dibujando una sonrisa de dientes amarillos. La mitad de los labios se le habían podrido ya, así que no podía esconderlos ̶ , es que he tenido una pesadilla ̶ añadió ̶ : Soñé que vivía.

Cuento creado para el evento "Viaje, amor y muerte" (Paseo de los flamboyanes)

miércoles, 26 de febrero de 2014

Acorán está mirando.


A veces a Niña le daba la impresión de que a Acorán le gustaba jugar con las lupas; porque si no, no era capaz de explicarse el efecto que producía el Sol al elevarse o descender tras el horizonte marítimo de color verde oscuro. En aquellos momentos parecía un redondel enorme cortado a la mitad, y todos esos destellos dorados podían ser perfectamente los de la lupa moviéndose para incordiar a los mortales que mirasen. Niña lo solucionaba fácilmente poniéndose una mano en la frente como si fuera una visera, pero aun así se veía obligado a achinar los ojos.

El humo de la pipa de su abuelo lo alcanzó, como siempre, y su pequeño cuerpo se encorvó para toser. Miró al viejo con reproche, pero el barbudo solo le devolvió una mirada iracunda que decía a todas luces: “¿qué?”. Niña sabía que no podía discutir con su abuelo porque siempre ganaba él, así que se sentó sobre la cabeza de Kraus. Kraus era el nombre de la enorme estatua gris erosionada que se alzaba sobre ellos y que, según el abuelo, una vez había sido la escultura de un dios cantor; pero la poca gente que aún quedaba ya lo había olvidado. La cabeza se le había caído del cuello hacía ya tiempo y se había convertido en un lugar ideal para apalancarse y descansar de un largo y tortuoso día. También se le había caído el brazo, pero, a saber cómo, había acabado en el agua. A veces Niña se asomaba al mar y creía ver la mano de Kraus saludándolo desde las profundidades; y entonces le daba los buenos días segundos antes de que su abuelo lo apartara de la contaminación con una acalorada reprimenda.

Sentado con las piernas cruzadas, Niña contempló boquiabierto, como cada tarde, la luz de Acorán desvaneciéndose para dar paso a la noche; y como cada tarde también, levantó los brazos e hizo muchos aspavientos mientras gritaba con una vocecilla aguda:

- ¡Adió', adió', adió', adió', adió'!

Al hacerlo, el trozo de tela sucio que cubría su cuerpo se contrajo dejando ver un torso de costillas sobresalientes. El aspecto del famélico mozo no era muy distinto al de su abuelo con las excepciones obvias de la edad. El abuelo, para empezar, tenía una enmarañada barba blanca que a veces parecía que seguía teniendo algo de negro, aunque en realidad eso se debía a la suciedad. También tenía tantas arrugas que parecía un mapa viejo doblado muchas veces de distintas maneras; y como mapa que era, se descubrían cosas cuando se interpretaba. Historias. Niña había escuchado una historia en concreto cientos de veces, pero nunca se aburría de ella.

- Yayo.
- ¿Mmm?
- Yayo, ¿me cuentas la historia del Apocaipsis?
- ¿Otra ve'?
- Es q' me gusta.
- No, q' luego tienes pesadillas y el q' no pue' dormí soy yo. Cuando duermo m'gusta roncá a plaser sin q' ningún nano llorica se me meta entre las sábanas 'cojonao.
- Pero me gusta.
- Eso ya lo has dicho.
- Pero...
- No va' a pará hasta q' te la cuente, ¿no?
- No.

El abuelo suspiró largamente y, como siempre hacía antes de empezar, chupó la pipa varias veces y se puso a mirar las ruinas desiertas de su alrededor con un brillo misterioso en los ojos. Junto a ellos se alzaban también las ruinas de una cosa que se había llamado 'ditorio y que, según el viejo, también había sido erigido en honor al dios cantor. De él ya no quedaban sino muros desgastados que sobrevivían sobre montañas de ladrillos y los cristales rotos de las ventanas. Del muro más alto colgaba la mitad de lo que en su día debió ser una cúpula blanca y en la parte trasera aún se veía un trozo de cara de mujer. Era la parte que más fascinaba a Niña.

- ¿Q' te vi a contá que ya no sepas? Un día, hace mucho tiempo, los dioses de lo' aborígene' ileño vivieron una etapa de eplendor. Sin embargo, cuando llegó el Dios cristiano todos ellos fueron cayendo, uno a uno, en el olvido. Mi abuelo siempre m'desía q' los dioses q' son olvidados mueren, pero yo no lo creo; lo que yo creo es q' hacen creer q'an muerto y, mientras tanto, van planeando su vengansa.

Volvió a chupar la pipa y aprovechó la cortina de humo densa para mirar de refilón a Niña. El crío lo miraba con el mismo interés que el primer día, así que volvió a suspirar y prosiguió, sin esperanzas de dejar ahí el relato: 

- La vengansa llegó hace mucho tempo. Un día, sin saber nadie poqué, la eletricidá dejó de funcionar, el nivel d'lmá subió y la Tierra tembló. Algunas personas recordaban que, días antes, los sentíficos intentaron alertar al mundo d'algo raro que estaba pasando 'llarriba en el espacio, pero nadie les hizo caso; según mi abuelo, la gente vivía tan cómoda que se había autoconvensío de que esa comodidad nunca acabaría. Pero acabó y olvidamos poqué.

En este punto, Niña se estremeció y el abuelo se dio cuenta. Dejó escapar una risa ronca y desdentada y le frotó la carita sucia con un puño, con fuerza. Tenía unos rasgos muy dulces; y eso, unido al largo y despeinado pelo negro, era el motivo por el que el abuelo lo empezó a llamar Niña. Poco a poco se convirtió en un nombre propio. “Es q' me'aba peresa ponerte otro”, añadía.

- ¿Ya no quedan sentificos, yayo? - Inquirió Niña. Para él, eran algo así como animales mitológicos. Los más fascinantes.

- No, ijo, no. Ahora solo 'tamos tú, yo, alguno más y todo esto – señaló con un brazo viejo todo el escenario apocalíptico hasta detenerse ambos en las ruinas de más allá. Los pocos hierros que quedaban parecían tomar la forma de lo que una vez fueron pirámides; y aún era visible un cuerpo destartalado de cuatro patas levantado entre un montón de escombros y que, una vez, fue otro animal mitológico. El abuelo sonrió - ¿Te 'uento ahora la historia de Gipto? Gipto e' un lugá q' no se sabe si existió... 

Niña sonrió ilusionada y gateó para envolverse con la capa y los brazos del abuelo. Acorán acababa de terminar de hundirse y se avecinaba una noche muy fría. Pronto habría que hacer fuego.

jueves, 20 de febrero de 2014

Dialéctica.


- Buenos días.
- Ah, buenos días, Rose. 
- ¿Qué vas a tomar, Pete? 
- Ya era hora, ¿no?, llevo más de media hora esperándote. 
- Un café y... bueno, no lo tengo tan claro... eh... 
- Lo siento. El tráfico, ya sabes... 
- También tengo té, limonada, chocolate caliente... 
- ¿Vas a llorar? Venga, Mary, ese tío no te merecía. 
- ¿Tienes algo de naranja? 
- El tráfico, siempre el tráfico, es tu excusa siempre que quedamos.
-  Refrescos varios y zumo natural.
- Es que es verdad, te lo juro, donde vivo tiene que haber un superávit de coches que... 
- Zumo de naranja, pues; y sin pulpa, a ser posible. 
- Te lo traigo enseguida. 
- ¿Me tomas el pelo? Te ha puesto los cuernos, no es excusa, tú nunca lo hubieras hecho. 
- ...que este sitio sería interesante para una “merienda de negocios”, es muy agradable. 
- ¿Seguro, Jake? Parece que hay mucha gente, no sé si podremos hablar. 
- ¿Supequé? Bah, ya da igual, me he habituado a matar el tiempo esperándote... ¿lo traes? 
- El... el caso es que... 
- ¿El caso es que qué? U... un momento, no me digas que tú también le has... ¿en serio, Mary? 
- ...bocadillos de berenjena con queso. En serio, Tom, están deliciosos. 
- ¿Invitas tú, Jake? Estoy demasiado nervioso para pagar, no sé si conseguiremos cerrar el trato. 
- ¿Qué...? Ah, coño. Sí, siempre llevo un poco. Pero a plena luz del día... ¿seguro que...? 
- ¿Mary?, ¿estás llorando? No pretendía sonar tan brusca, es solo que... ¡Oh, venga, Mary, vuelve! 
- Mira al listo este, como si yo no estuviera nervioso... Saldrá bien, ya verás. 
- ¿La cuenta, Tan? 
- Eh... claro. Mi... mi amiga ha tenido que irse, yo pago la cuenta... ¿cuánto es? 
- A plena luz del día, sí. Venga, nadie está pendiente de nosotros, pensarán que me duele la cabeza y... 
- No lo tengo tan claro, ese tipo es un hueso duro de roer. El clásico empresario que... 
- ...sabe a ciencia cierta lo que se cuece en su café. Y sabrá que esto no son aspirinas, digo yo. 
- Venga, hombre, que por lo menos pagamos. ¿Nos van a echar por colocarnos un poco? No lo creo. 
- … así que tengo la sensación de que nuestra idea no le va a interesar lo más mínimo, no sé... 
- 5'70 por dos cafés y dos porciones de tarta. 
- El caso es que tienes ojeras y desde que llegué he notado que sudabas... hoy ya te has pillado una buena, que a mí no me... 
- ¿Tanto? Da igual... quédate con el cambio, Rose, por favor. 
- Pues lo amenazamos un poco, como en El Padrino. ¿Recuerdas lo del caballo? 
- Ja, ja, siempre tienes ánimo para bromear... porque bromeas, ¿no...? 
- Gracias, Tan, ¡vuelve cuando quieras! 
- Solo un poco de marihuana para desayunar y despejarme, tío, no empieces a investigarme. 
- Bueno, bueno... yo solo digo que esto después de una dosis de, por ejemplo, caballo, no sería... 
- Tu zumo, Pete. 
- Gracias, Rose... oye... esa chica que se ha ido ahora... 
- Jake... bromeas, ¿verdad...? 
- Bromeo, claro que bromeo... aunque... el otro día lo pesqué manoseando a su secretaria y... 
- ¿Tanya? Es una clienta habitual. Una pena lo de su amiga, Mary. 
- Sí, lo he estado oyendo. Ventajas de venir solo. Pero esa Tanya... 
- ¿Y...?
- Pues que tenía el móvil a mano y... 
- No jodas, Jake... 
- Sí, está soltera. Y no, no le interesarás. 
- ¿Qué? ¿Por qué? 
- Dame esa mierda de una vez, tío, tengo mono y no estoy para tonterías... y no me mires así. Eso es... no, espera: una más. Entrarán rápido con la cerveza... ¿me das un poco? 
- Porque está enamorada de su amiga, Mary. Ventajas de ser la camarera, una se entera de muchas cosas. 
- ¡¿Qué?! ¿Es lesbiana? 
- A tu salud, tío. 
- Tom... 
- No, Jake. No. Me niego, y te estoy hablando muy en serio. No quiero extorsionar a nadie. Si no acepta, lo intentamos con otro cliente y se acabó. 
- Claro, claro... Ah, mira, ahí llega. 
- Sí, sí, pero no tragues tanto, anda, que mezclar el alcohol con eso es... eh, tronco, ¿te pasa algo...? Oye... 
- ¡Buena deducción, Sherlock! Claro que es lesbiana, te lo estoy diciendo. ¿Quieres algo m...? 
- ¡AYUDA! ¡POR FAVOR, JODER, AYUDA! ¡M... MI AMIGO T... TIENE CONVULSIONES... N... NO SÉ QUÉ...! 
- ¡Mira, Rose...! 
- ¡Mierda, y en mi cafetería...! Voy a llamar a una ambulancia. 
- ¿Señor Jackson? 
- ¡Cielo santo...! ¿Esto acaba de ocurrir?, ¿justo cuando he llegado? 
- Eh... eso me temo... uhm... ¿Jake...?, ¿nos vamos a otro sitio?, ¿qué hacemos? 
- ¡Rápido, Rose! ¿Oiga? Respire, amigo, respire... 
- Sabes que me molesta que susurres, Tom. ¿Y qué modales son esos? Tiene toda la pinta de ser un yonqui, ahora se lo llevarán o al hospital o a la morgue y podremos seguir a lo nuestro. 
- Pero... 
- ...sí, exacto, a dos calles de la Biblioteca General, haciendo esquina. Dese prisa, por favor. 
- ¿Señor Jackson? Thomas y Jacob Anderson, presidentes de O-Games Corporation. Lo hemos citado aquí para...

sábado, 1 de febrero de 2014

Diario de un solitario



31 de octubre: Hoy, una niña que corría bajo la lluvia se detuvo al pasar a mi lado. Su nariz se acható como un guisante aplastado por un pulgar cuando se pegó al cristal. Tenía una sonrisa dulce y sus ojos chispeaban curiosos. Al final, una de sus manitas se agitó para despedirme y yo la vi empequeñecerse de nuevo entre las explosiones de agua que causaban sus botas al chocar contra los charcos. Lamenté que se fuera.

(...)

2 de noviembre: Una mujer de mediana edad estuvo torturando esta tarde a su teléfono móvil con su incesante parloteo. Mi apariencia debió resultarle fascinante, aunque no parecía querer acercarse demasiado. Yo sabía muy bien que se debatía entre la contemplación y el deber de hacer lo que ya tenía en mente antes de encontrarme; aunque sé que en el fondo no era a mí a quien veía.

3 de noviembre: Una pareja de hombres de ahí fuera ha estado enfrascada en una fascinante disertación sobre la venta de utensilios de cocina. Sus ademanes eran apasionados y la dialéctica subía de tono a medida que caminaban. Para ese tipo de hombres, el mundo es un buffet que está a su entera disposición si se apoquina el precio correspondiente; y aun así, tienen más importancia en él que yo.

(...)

5 de noviembre: Parece que Yoana tiene problemas con la bombilla de la trastienda y ha comprado una lámpara de queroseno y combustible para poder cambiarla sin estar a oscuras. Una linterna le hubiera ido mejor, pero siempre ha sido un poco excéntrica y adora las antiguallas. Ese sitio me da un poco de miedo; a veces tengo que estar ahí más tiempo del que me haría ilusión, pero por suerte soy su favorito.

6 de noviembre: Quiero verlo como un regalo. En el fondo sé que no es más que una estrategia comercial para atraer clientes, pero la peluca nueva parece una palmera ígnea con esos rizos de color caoba brotando todos del mismo punto, así que debo ser agradecido. Me gusta verme reflejado en el escaparate con eso sobre mí. Me gusta tener identidad y olvidar durante un rato que no tengo rasgos faciales que puedan reflejar mi soledad.

(...)

9 de noviembre: No sé por qué la escojo a ella si ella no me trató mal, lo último que quiero es asustarla; pero es que me vio, no como los otros. Supongo que pienso que se entusiasmará al ver las cosas que soy capaz de hacer, ya que me considero bastante creativo e incluso tengo sentido del humor. He oído a Yoana hablar de ella: es la hija de una amiga suya y vive en un bloque de pisos a dos calles de aquí, cerca de un parque al que se escapa a menudo para jugar a escondidas de su madre. Iré a verla en cuanto se haga de noche y pueda salir sin que sospechen. Me gustaría poder contar que he hecho una amiga.

10 de noviembre: Me equivoqué. Siempre me equivoco. ¿Y qué tendría que haber hecho, suplicar su amistad? Ver ese rostro dulce desencajarse por el horror y su cuerpecito agitarse cuando intentó huir de mí fue más de lo que pude soportar. Yo no tengo la culpa. No hice nada malo. Me defendí, eso es todo. Tengo que dejarlo aquí por hoy: amanece y la chica nueva que ha contratado Yoana acaba de llegar, oigo la llave. Espero que no compruebe la puerta trasera y que no me vea las manchas en las manos y en los talones, no debe sospechar que he salido. De todos modos, dudo que lo hiciera.

11 de noviembre: “Niña de ocho años hallada muerta en un parque del centro. Mendigo sospechoso del homicidio retenido en comisaría”. Necios, ni siquiera en eso me ven. Ya no me apetece contar nada. ¿Por qué seguir?, ¿por qué fingir que no soy capaz de sentir o padecer solo porque no estoy hecho de materia orgánica? Lo único que sé ahora mismo es que estoy harto de estar solo.

(...)

13 de noviembre: Adiós.

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Encontrado maniquí de tienda de ropa calcinado en la acera

(...) La policía apunta que ha podido deberse a un acto de vandalismo juvenil, dado que el cristal del escaparate también ha sido encontrado hecho añicos. Al parecer, los autores hicieron uso de un mechero y de un bote de queroseno que la dueña, Yoana Sáez, guardaba en la trastienda con fines supuestamente legales sobre los que todavía está siendo interrogada. No hay indicios de robo que (...)".
El País a 14 de noviembre de 2014

Ilustración: http://no-existence87.deviantart.com/

miércoles, 25 de septiembre de 2013

La muñeca



El trazo del lápiz sobre la lámina de dibujo es delicado y fluido. Si uno lo contempla con atención, lo más probable es que su percepción lo confunda con la visión metafórica de un río gris oscuro, irregular, trotando sobre una planicie nevada. Unas cuantas intervenciones danzarinas revelan que algunas de esas curvas está destinadas a convertirse en ojos; unos ojos grandes, de pestañas largas. El talle fino, los labios gruesos y el cabello corto en una nebulosa de rizos oscuros se unen a la postre a la comparsa inaugurada por esos ojos, entre otros elementos que no destacan tanto. Una vez entintado, el color quiere hacernos saber que la piel de la muchacha es muy blanca; y su ropa, de un inusual color café.

El zumbido del horno es monótono y constante; el calor hace pensar en un verano eterno, siempre en su apogeo. El dibujo ha dado sus primeros pasos en la tercera dimensión; ahora, es un molde esperando germinar vida. El zumbido se convierte en un siseo serpentino, aunque la serpiente que evoca parece de vapor y de metal. El plástico líquido, fundido por un sol inexistente pero palpable, cae de continente a continente mediante una inyección. Si uno se detiene a observar la sinuosidad del hilillo que brota dentro del tubo de plástico, blanco perlado y humeante, encontrará a la serpiente que sisea; aunque no es de metal, eso desconcierta.

La muchacha existe a medias, un cuerpo femenino y sólido ahora debidamente moldeado y frío. Está sentada en el bordillo de una encimera, la cabeza ligeramente ladeada, las piernas y los brazos flexionados. Su aspecto es el de cualquier muñeca articulada de movimientos limitados, pero ahora nadie la va a mover: aún no está terminada. La luz dorada del horno, siempre en marcha, se proyecta a medias sobre su silueta, potenciando un aspecto esencialmente diabólico y triste a su vez. Su cabeza calva, taladrada de agujeros negros, espera injertos de cabello que no parecen llegar nunca. Solo tiene un ojo pintado como es debido, y muy azul; el otro sigue siendo una esfera blanca ausente de vida.

El toque final. El pincel acaricia con la delicadeza de un amante el iris blanco de la muchacha. Ahora, es tan azul como el otro. Sus labios también son muy rojos, tanto como en el boceto que dio pie a su nacimiento. Sonríe, un rictus eterno. Es preciosa, o lo sería de tener cabello; al parecer, hay un problema con los injertos, maquinaria estropeada, y no van a poder realizarse. Hay que improvisar: una peluca de cortos rizos oscuros hace el resto y oculta las lagunas de la creación. Ya está lista, solo hay que vestirla; su traje color café ya aguarda a tapar sus virtudes artificiales.

Las manos que sujetan a la muchacha le ponen una etiqueta mientras la llevan pasillo a través a algún lugar desconocido. “Laura”, así se llama. El pasillo desemboca en una ventana. A través de ella, el mundo azul permanece estático en su aparente eternidad, flotando entre las estrellas. Una de las manos destraba los cierres de seguridad de la ventana y la abren. En el espacio, el manto estelar se ve de súbito interrumpido por una figura geométrica rectangular; en la cual, un observador externo podía ver tanto a Laura y a su creador. Pero no hay observadores externos. Nunca los hay.

Las manos se estiran a través del cuadro oscuro ribeteado de puntos blancos y entra en el mundo azul. Con toda la delicadeza de la que es capaz, sienta a Laura en la silla de un café al aire libre, cruzando sus piernas en una postura muy femenina. Laura, es de día. Laura, tienes que seguir con tu vida. Un dedo largo acaricia su mejilla con contenida emoción; aquel es el culmen de su arte, la belleza en sí misma. Pocas creaciones posteriores superarán la magnificencia de Laura. Laura es tan hermosa...

Las manos se retiran. La ventana se cierra.

En el café Pandora, Laura no es consciente de las risas y de las charla de su alrededor. Está sentada con las piernas cruzadas, muy elegante, y la falda de su vestido revela unas atractivas formas femeninas. Al parecer, los hombres que pasan y la contemplan sin darse cuenta tampoco pueden dejar de notarlo, con obvia fascinación. Ella tampoco se da cuenta de ello: sus ojos azules mantienen la mirada perdida fija en un punto concreto del suelo, en una hilera de hormigas que portan el cadáver de algún insecto que ya ha perdido su identidad original.

Una brisa de aire sacude las hojas de los árboles y el toldo de las sombrillas. Laura se sobresalta y se tensa, agarrándose en una especie de manía refleja el corto cabello de rizos oscuros. Mira a su alrededor; a la gente le da igual, piensan que teme despeinarse. Ninguno de esos desconocidos risueños imaginan que lo que en realidad teme es que sus rizos salgan volando. No hace muchas semanas que empezó con la quimioterapia; aquel era un mal necesario, aunque todo apunta a que el cáncer no piensa remitir con facilidad. Quizá nunca lo hiciera.

De sus labios rojos escapa un suspiro entrecortado. La realidad, cruel y simple, se cierne sobre ella. Quizá no es más que una muñeca. Tal vez su libertad no sea sino una ilusión de libertad y sus movimientos dependan de las manos de alguna niña caprichosa. Si así es, ¿de qué sirve tanta angustia, tanta ansia de sobrevivir?

Laura no puede sospechar que sus treinta y dos años de vida ya han sido imaginados por esa mente caprichosa que dista mucho de ser la de una niña, aunque a veces tiene la impresión de que solo lleva en el mundo un instante. ¿Quién estaría dispuesto a darle la razón con esa hipótesis?, ¿las familias felices de su alrededor, que pasean una tarde soleada felices y seguros de su existencia y la del prójimo? Los recuerdos para ellos son tangibles, reales. ¿Lo son?

El camarero interrumpe sus pensamientos. “¿Algo más?”, inquiere. Los ojos azules de Laura, profundos y bellos, lo observan un instante, sin verlo.

“No, gracias”. Se incorpora con torpe elegancia, una gracia paradójica peculiar en ella, y saca del monedero lo que le ha costado el café. Deja caer la moneda sobre la palma expectante del camarero, sin percatarse de lo embriagado que parece estar él con su mera presencia. Acto seguido, se va.

Pero antes, sonríe. Laura siempre sonríe.