Se
sabía de memoria el camino que hacía el carruaje desde el castillo
hasta la iglesia. Cada tarde, él aguardaba oculto entre la maleza
que circundaba el camino, escudriñando el horizonte con ansiedad.
Sobre todo, procuraba aguzar los oídos con la esperanza de escuchar,
más pronto que tarde, el traqueteo de las ruedas y la sinfonía de
los cascos. Aquel día tardó. ¿Habría llegado tarde? Las campanas
empezaron a tocar en ese preciso instante, como si se compadecieran
de él, aunque el motivo era que pronto empezaría la misa
vespertina.
Y
entonces lo oyó. Su corazón dio un vuelco violento. Una nube de
polvo vaticinó la llegada inminente del carro y, cinco segundos más
tarde, la predicción se cumplió. Intentó que su presencia no
pasase inadvertida para misterioso pasajero de la diligencia.
Una
mano femenina, esbelta, suave, o al menos él se había imaginado
muchas veces que era suave, descorrió las cortinas. La cara de una
mujer, pálida y de gruesos labios rojos, se asomó por fin, y sus
ojos lo encontraron. La sonrisa que esbozó parecía tan emocionada
como la suya propia.
Allí
estaba la esposa de su anciano señor, joven y lozana y, desde luego,
intocable. No le importaba: la llama de su interior se mantenía viva
gracias a la distancia social y física que los separaba, y el
sufrimiento imperante de su alma lo hacía sentir vivo. La intensidad
del vínculo secreto que los unía era tal que le extrañaba que
nadie se hubiera dado cuenta, aunque supuso que la dama de compañía
que iba con ella sabría muchas cosas a estas alturas. Su matrimonio
con el señor había sido concertado, naturalmente, y él la veía
como un mero objeto de exhibición que simbolizaba la alianza con el
señor del feudo vecino.
Habían
acordado verse en uno de los torreones de la iglesia, después de la
misa; ella conseguiría escabullirse hasta la ventana y él la
esperaría allí abajo el tiempo que hiciera falta. Acudió raudo al
lugar de la cita y se sentó en el suelo, frotándose nervioso las
manos. Había preparado otro poema, pero nunca había sido buen
escritor. Es más, tuvo que pedirle ayuda a un amigo suyo, que era
trovador, tanto para redactarlo como para aprender a recitarlo.
Casi
muere de placer cuando, diez minutos después de la hora señalada,
la ventana se abrió de par en par con un chirrido. La dama se asomó;
su agitada respiración acentuaba sus atributos femeninos y el rubor
de excitación contenida le confería un aire, si cabe, más hermoso.
Él se quedó sin habla unos instantes, mirando a la mujer que nunca
sería suya pero que siempre lo sería. Entonces carraspeó y elevó
los brazos hacia la ventana, con reverencia.
-
Mi señora, luz de mi vida, amada mía... - Comenzó, trémulo. Ella
se llevó las manos al pecho y suspiró, preparándose para escuchar
las bellas palabras de aquel día – Yo...
El
pregonero pasó justo en ese instante, anunciándose con su campana.
Era un chaval de unos diez años.
-
¡EXTRA, EXTRA! ¡NOTICIAS FRESCAS! - Bramó, y mozo y dama lo
miraron con sorpresa -
¡EXTRA, EXTRA! ¡SE ACABA
LA EDAD MEDIA! ¡EXTRA, EXTRA! ¡SE ACABA EL AMOR CORTÉS! ¡EXTRA,
EXTRA! ¡HOY EMPIEZA EL AMOR MODERNO!
Se
internó en una calle y el sonido de su voz menguó hasta
desaparecer. Luego, los enamorados se miraron a los ojos,
desconcertados.
-
Pues... Entonces ya está, ¿no? - Fue la dama la primera que se
atrevió a romper el silencio ̶
Podemos dejarnos de tonterías.
-
Sí, eso creo - asintió el mozo, y carraspeó nervioso -. Eh... Ha
sido un placer.
-
Lo mismo digo - respondió ella, desviando incómoda la vista -, me
lo he pasado bien.
-
Ya, y yo - coincidió él -. Bueno, adiós.
-
Eso, adiós.
El
mozo se fue, rumbo a la taberna; la dama supuso que para ligar con
alguna hermosa mujer soltera y poner fin a la castidad autoimpuesta.
¿No eran esas las cosas que se hacían en el amor moderno?
Ella
no podía hacer lo mismo, aún no, lo sabía muy bien. Pensativa,
bajó las escaleras del torreón y se acercó a un almanaque que
reposaba en la pared de una de las estancias. Pasó las páginas
durante casi diez minutos y, cuando llegó adonde quería, suspiró
con pesar.
El
pregonero aún tardaría unos cuantos siglos en anunciar la llegada
del Feminismo.
Cuento creado para el evento "Viaje, amor y muerte" (Paseo de los flamboyanes)